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Reseña - Hipersueño

La pregunta por la muerte, posiblemente una de las inquietudes más antiguas en la historia del pensamiento, las artes y la teología, ha sabido abordarse tradicionalmente desde la incógnita que representa lo que está del otro lado; el más allá, alguna especie de compensación o castigo acorde a los actos de la vida, el descanso eterno, el viaje último, la posibilidad de otra vida más allá de la muerte. Hipersueño (Hyperrêve 2006) de Hélène Cixous, aborda esta pregunta desde un ángulo distinto, donde la muerte no es el estadio inverso a la vida, sino una experiencia que comienza a transitarse a partir del advenimiento de lo que denomina “últimos tiempos”, la conciencia de que la muerte se acerca, pero se desconoce cuándo y cómo.

Cixous pone en crisis la forma tradicional de la novela, ofreciendo un texto fragmentario, similar a un ejercicio de escritura, que parece estar teniendo lugar en el momento mismo en que se lee, como si estuviésemos escuchándola pensar y ensayar ideas. Está compuesto por tres partes numeradas, con algunas subdivisiones encabezadas por afirmaciones escritas en itálica, de las cuales se desprende la reflexión que les sigue. Y es que todo en este texto, respecto a la escritura, es significante y tensiona la norma gramatical; la niega, y en esta negación se afirma y fluye: Repetición de palabras que multiplican el efecto de su significado, formación de nuevas palabras uniendo otras o separándolas (yadespués, yaantes, reptapensando), verbos denominales y sustantivos deverbales inventados, saturación de adverbios de modo, coexistencia de tiempos verbales en la misma frase, y una puntuación arbitraria que le da al texto la fluidez de un discurso incesante. Poblado de asociaciones culturales y emotivas, la experiencia del relato es algo que ocurre al mismo tiempo en la palabra y en el cuerpo, como dos grandes formas de habitar el tiempo, que se imbrican y se confunden: “nunca mi cuerpo y yo habíamos estado tan hablados en francés, los últimos tiempos son tiempos que ventilan el alma en francés”, expresa quien narra, a quien llamaremos aquí HC.

Frente a las divagaciones de HC, la voz de la madre introduce la polifonía; trata de imponer el principio de realidad, la estructura del relato, la aceptación, la risa. En “Antes del fin”, el primero de los apartados, HC medita en el discurso de su madre, en cómo ella utiliza los pequeños eventos cotidianos y los objetos, para decir lo que no dice (“no me gusta este pan” significa, no te amo este día estoy muy enojada con esta familia no amo este universo,). Asimismo, HC intenta dilucidar lo que llama “últimos tiempos”, periodo de vida al cabo del cual la Muerte ganará, porque ella ya ha perdido (su padre ha muerto, su amado está lejos, su amigo Jaques Derrida, a quien llama JD, ha muerto), pero “siempre se puede perder más” y esta es la sentencia que materializa la angustia del relato: ver el cuerpo de su madre deteriorarse día a día, porque será en la muerte de su madre donde realmente sienta el triunfo de la Muerte.

A lo largo del texto, H.C se aventura a hacer listas, a enumerar algunas certezas que le ayuden a orientarse, a separar lo conocido de lo desconocido. Utilizando este mismo sistema, podemos reponer estas tres ideas: 1. El desplazamiento de la catástrofe: Tal como cayeron las Twins en New York, que compara también con las piernas avejentadas de su madre, en cualquier momento caerá la torre de Montaigne; está esperando que suceda, como si ya hubiese ocurrido. 2. El tema principal de su angustia es no poder conocer de antemano “la última hora” en sentido literal; habita los “últimos tiempos” de su madre como el inicio de la decadencia, el ingreso de la idea de la muerte a la vida cotidiana, porque la asusta volver a casa y que la madre ya se haya ido. 3. Durante ese periodo, desea poder escribir un libro, porque teme que ningún libro venga en su auxilio y la reconforte, tanto como teme no poder escribir; por otra parte, este será un libro donde formule todas las preguntas y reflexiones que no llegó a compartir con JD. En este sentido, pone en paralelo sus dos operaciones cotidianas: el ejercicio de la escritura y el ejercicio de esparcir crema de cortisona por la piel llagada de su madre.

El segundo apartado “El somier de Benjamin”, le da un mayor ingreso a la voz de la madre, a la risa que le produce a la anciana rememorar historias, “esomerecordar”. Cuando Êve, la madre, narra, vuelve a sorprenderse con los hechos que cuenta, como si volvieran a suceder con solo invocarlos; así, presentiza el día en que le compró a un tal Walter Benjamin un somier, alrededor del cual compró otros pocos muebles, para una habitación de soltera que pasó a casada, en el cual engendró a sus hijos. HC corrobora la historia del Somier releyendo la Correspondencia de Benjamin, y se encuentra en cambio con un lamento de Benjamin por una lapicera perdida, lo cual la lleva a ella a recordar un camisón que extravió, y se enlaza finalmente con el lamento de su madre por unos pequeños platos perdidos por HC, quien los usaba para darle de comer a los gatos. Tras la muerte, el cuerpo se irá, pero permanecerán los objetos.

El texto cursa y recursa, por diversos caminos, la idea de la pérdida, que lleva a la lectura o la evocación de un nuevo recuerdo de pérdida, porque “solo se pierde lo irremplazable”, pero comenzar a perderlo es entrar en la caída libre de la continua pérdida. La madre habita sonámbula sus últimos tiempos, expresa H.C, “esto no es un sueño. El más allá está ahora en la casa. Es un hipersueño y no hay nada más violentamente real. La casa da al más allá, puede venir de visita en cualquier momento”. Vale aclarar que, como menciona Alicia Dujovne Ortiz en esta primera traducción al castellano, en el título en francés figuran simultáneamente el sueño y la madre, Hyperrêve es, a la vez, híper-sueño e híper Êve. 

“Un permiso”, el último apartado, refiere un sueño donde a JD se le ha concedido un permiso excepcional para “salir del hospital”, encontrarse y reestablecer esa comunicación de la que se alimenta la amistad. Recupera el concepto “sero te amaui” (tarde te amé), recuperado a su vez por Derrida, en 1995, de las Confesiones de San Agustín, que parece venir perfectamente para concluir esta comunicación. Al igual que en el sueño con JD, HC se pregunta si su madre volverá; la madre no quiere adelantarse, “todavía no es un alma en pena”, es HC quien se adelanta a la muerte, quien “hace la enfermedad” y decide vivir el Hipersueño de los últimos días con sus cavilaciones. Como en el “sero te amaui”, HC lleva al lector a experimentar una melancolía sin correlato aparente, un estado delicado de lamento por aquello que se le escapa de las manos -del cuerpo y del lenguaje-, que parece mezclar el llanto y la risa, precisamente porque la pérdida no se concreta, porque la muerte es un estado que todavía no ganó la partida.

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