[Cerdos colgando en un matadero en Sainte-Cécile, en Normandía (Francia).] Cerdos colgando en un matadero en Sainte-Cécile, en Normandía (Francia).GETTY
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MERCEDES CEBRIÁN
21 MAY 2021 - 05:23 CEST
El dilema de seguir comiendo animales y alimentos de origen animal en este siglo da cada vez más frutos literarios. Además de los reportajes que proporcionan estadísticas y datos descorazonadores acerca del funcionamiento de granjas y mataderos y que alertan sobre las negativas consecuencias climáticas de seguir alimentándonos de animales, otros textos de tono más intimo optan por una escritura ensayística combinada con experiencias personales en relación con la ingesta de productos de origen animal o con su abandono.
El más reciente es el ensayo del escritor cubano Ernesto Hernández Busto, titulado Cerdos y niños. Por qué seguimos siendo carnívoros. Con este título podemos intuir que no nos encontramos precisamente ante el testimonio de una transición al veganismo, sino más bien de un texto cuya tesis principal es que alimentarse de animales, en concreto de productos porcinos, es connatural al ser humano. El libro lo abre una experiencia fundacional de infancia: el autor presenció de niño la matanza de un cerdo en Yareyal, un pueblo de Cuba donde, en palabras del autor, “los niños teníamos con los cerdos la misma relación que con otras mascotas, aunque velada por un horizonte de sangre”. El autor experimentó una conmoción ante aquel ritual (“me estremecí ante el grito casi humano de aquel primer cerdo, y mucha gente confiesa un sentimiento parecido en similar trance”) y revela que sintió piedad hacia el animal, pero también admite haber comido de aquella carne ese mismo día y los subsiguientes. El hecho de que tras asistir al sacrificio de un cerdo la mayoría de los humanos no abandonen sus prácticas omnívoras de inmediato es el hilo conductor de este ensayo, que se pasea por la antropología, el folclore, las artes visuales, la religión y la literatura, empleándolos como herramientas para exponer y desarrollar sus argumentos.
“Los niños teníamos con los cerdos la misma relación que con otras mascotas, aunque velada por un horizonte de sangre”, relata el cubano Ernesto Hernández Busto
Cerdos y niños está documentado con abundantes ejemplos que van desde la figura de la hechicera Circe de La Odisea, que convertía a los hombres en animales, hasta una escena crucial de la novela El señor de las moscas de Golding, en la que la cabeza de un cerdo salvaje clavado en una estaca aparece en medio del bosque, pasando por la referencia a los escritos de Elizabeth Costello, la autora creada por Coetzee, que funciona como alter ego del autor sudafricano en algunas de sus conferencias. Costello es una ferviente abogada del vegetarianismo y en el libro Las vidas de los animales (que hoy forma parte de la novela titulada Elizabeth Costello), Coetzee le da voz para que reflexione sobre el lugar que ocupan los animales en la filosofía y en la vida cotidiana de Occidente y se pregunte por la supuesta superioridad del ser humano ante aquellos.
Otro ensayo literario reciente que Hernández Busto menciona y critica es Comer animales, de Jonathan Safran Foer. En él, el autor estadounidense combina sus recuerdos y experiencias personales con documentación sobre las condiciones sufridas por los animales en la industria alimentaria, y desde las primeras páginas revela que fue su inminente paternidad lo que le llevó a escribirlo. Foer se impuso la misión de proteger a su hijo de la violencia implícita en la dieta carnívora ( “Yo sólo quería saber, por mí y por mi familia, qué es la carne (…) ¿De dónde sale? ¿Cómo se produce? ¿Cómo se trata a los animales y hasta qué punto eso importa?”), algo que para Hernández Busto implica la creación de una burbuja moral, en sus propias palabras, que separaría a los hijos de “cualquier atisbo de violencia o sufrimiento, aunque sea por animal (comido) interpuesto”.
Hernández Busto dedica también su atención a la figura del cerdo en las religiones para concluir que son el cristianismo y el budismo las únicas en las que este no se pinta meramente como un animal impuro. Para ilustrarlo trae, entre otros ejemplos, el de la deidad budista Marishi, representada en forma de guerrero montado en un cerdito. Otro de los caminos por los que el autor cubano conduce a los lectores es tan inquietante como poco transitado: la tradición cultural en la que niños y cerdos han intercambiado el papel de víctima. Como referencias ofrece los cuentos tradicionales recopilados por los hermanos Grimm, pero también Hansel y Gretel y varios relatos del folclore europeo, y aprovecha para detenerse y ahondar en la figura del ogro, una bestia llena de matices que suele aparecer en este tipo de relatos.
Naturaleza predadora
La contrapartida de Cerdos y niños sería el libro del escritor Javier Morales titulado El día que dejé de comer animales. El autor presentó virtualmente el ensayo de Hernández Busto en una conversación con él, que llevaba el sobrenombre de Diálogo puerco y que se puede ver en la cuenta de Youtube de la editorial Interzona. El diálogo entre ambos autores es un raro ejemplo en nuestros días de como dos individuos de posiciones enfrentadas pueden encontrar puntos de interés común —en este caso, principalmente referencias literarias como las ya mencionadas de Coetzee y Safran Foer— y exponer sus puntos de vista sin desestimar automáticamente los del contrario. Hernández se muestra mas cercano a los postulados de Hobbes al asumir el carácter predador presente en la naturaleza humana, y Morales se declara más afín a las ideas de Rousseau y sus consideraciones antropológicas de tintes más optimistas. Las cuestiones éticas sobrevuelan los textos de ambos autores, pero también las antropológicas, mitológicas e históricas. El texto de Javier Morales contiene, además, conversaciones con activistas por la causa vegana como Óscar Horta, promotor de la Fundación Ética Animal o el profesor y poeta Jorge Riechmann.
Matt Whytman: “Un cerdo raramente te interrumpirá con un gruñido o un bufido. Puede mantener una conversación durante todo el tiempo que tú quieras”
Por último, y para quien necesite un empujón más para iniciarse en el veganismo, tenemos el testimonio del británico Matt Whyman en El ingenio de los cerdos. El escritor crio en su casa de campo de Sussex a dos cerdos domésticos llamados Butch y Roxi, hecho que le posibilitó vivir experiencias intensas y, en ocasiones, delirantes. Al igual que Hernández Busto, Whyman, tras su experiencia, establece una analogía entre los cerdos y los bebés: “Pueden ser almas dóciles y curiosas, y pueden agarrarse un buen berrinche cuando la situación no les conviene”, y da cuenta de las enormes dificultades de la decisión de convivir con Butch y Roxi en su entorno familiar. Si bien lo fundamental del inmenso aprendizaje adquirido acerca del comportamiento e inteligencia de estos animales (“Un cerdo raramente te interrumpirá con un gruñido o un bufido mientras hablas. De hecho, puede mantener una conversación durante todo el tiempo que tú quieras, y hacerlo educadamente además”), fue su decisión de arrinconar definitivamente la carne de sus menús diarios.
LECTURAS
Cerdos y niños. Por qué seguimos siendo carnívoros. Ernesto Hernández Busto. Interzona, 2021. 96 páginas. 16 euros.
El día que dejé de comer animales. Javier Morales. Silex, 2020. 98 páginas. 12 euros.
El ingenio de los cerdos. Matt Whyman. Traducción de Beatriz Ruiz Jara. Ariel, 2020. 160 páginas. 21,90 euros.