La nueva novela de Sergio Bizzio trabaja un terreno de tradición extensa y muy fértil para la ficción: los viajes imaginados. Por lo menos desde La historia verdadera de Luciano de Samosata (siglo II d. C.), esta vertiente de relato de viaje que se inclina más hacia la imaginación que hacia la crónica encuentra en lo desconocido un magnetismo secreto para la escritura y, en el tránsito por una geografía inventada, el ritmo de su peripecia.
En Perdidos (¿traducción anacrónica de Lost?), el marco lo compone el comienzo de la conquista europea de América o, más precisamente, la época entre el primer y el tercer viaje de Colón. Integrante de una tripulación ecléctica con “un alto porcentaje de ladrones, convictos, asesinos, miserables, buscavidas, prófugos, infieles, frailes, tesoreros y alguaciles”, además de “marineros profesionales, honestos pero muy maleables”, el narrador, cuya adscripción a las categorías anteriores desconocemos, comienza su relato en la forma protocolar de las relaciones con la Corona.
Sin embargo, muy rápidamente es la maleabilidad la que pasa a ser el centro de la acción, así como el carácter más interesante de los protagonistas: dividida la flota y diseminada en un laberinto de ríos interiores, el hambre, la sed y la naturaleza adversa hacen que el grupo se vaya diezmando y se vea obligado a adaptarse a la vida comunitaria de una variedad extravagante de pueblos autóctonos.
En general, los españoles pasan desapercibidos, o más bien ignorados por los pobladores locales. En un principio, el narrador se desdibuja en los límites difusos de un “nosotros” e incluso busca mimetizarse con el paisaje y las costumbres americanas gracias a un cauto sentido de supervivencia. Pero con el correr de los meses, los conquistadores se singularizan, como si el contacto con la adversidad sacara a flote una personalidad de la que carecían en su tierra de origen.
El protagonista se vuelve un médico célebre entre las naciones selváticas y uno de sus compañeros, Villena, entabla un vínculo amoroso con Ceja Azul, una mujer amazona que hasta entonces no veía en los náufragos mucho más que un puñado de ejemplares de una dócil especie animal.
El calvario de un territorio virtualmente inacabable (que la narración construye como espacio sin horizonte, cerrado sobre sí) pasa a ser, como se vuelve patente al final de la novela, la experiencia hipotética de los primeros europeos en conocer que habían llegado, no a un archipiélago asiático, sino a una masa continental hasta entonces desconocida.
Ágil y de un lenguaje plástico, plagado de anacronismos y contradicciones (la mención arbitraria de un televisor en medio de una batalla de lanzas recuerda a algunas de las irreverencias de César Aira hacia el verosímil realista), Perdidos tiene todos los componentes favorables para una buena ficción de viaje y aventuras en tierras ignotas. Excepto, quizás, la extensión.
Se podría sospechar que la sucesión que p(...)