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Sergio Bizzio vuelve con “Bongo Fury”: ¿qué hace falta para escribir más que las ganas de crear un texto?

Músico, cineasta, escenógrafo, además de escritor, Bizzio busca la libertad absoluta y la sensualidad del lenguaje. Pone el ojo en lo que la mayoría ni siquiera ve.

La única entrevista que existe al gran poeta argentino Héctor Viel Temperley -hoy idolatrado, con justa razón por más que son flores tardías, por generaciones de poetas de todas las edades y clases sociales- la hizo el escritor Sergio Bizzio (Ramallo, 1956).

Esto sería un dato menor (su carrera como periodista fue fugaz) si se tratara de alguien más, pero referido a Bizzio nos dice algo concreto que nos sirve para ingresar a su literatura: puede ver cosas (como el valor y calidad de una escritura extraordinaria como la de Viel Temperley) que no todas las personas perciben, que nadie más está notando y poniendo en relevancia.

En ese resquicio entre lo que el ojo común pasa por alto como materia descartable y lo que el ojo entrenado de un escritor descubre como potable para sus creaciones se filtra una posible puerta de entrada a los libros de Bizzio. Es decir: sus libros llevan el realismo (o su particular versión del realismo) al límite de lo concebible.

Hay que pensar en ese canónico comienzo de La metamorfosis de Kafka para darnos una idea: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.” ¿Cómo seguir desde ahí? ¿De qué manera continuar cuando ocurre lo que no tiene precedentes para una existencia?

De ahí parte Bizzio en muchas de sus ficciones, desde lo que se impone como irreversible: platos voladores en medio del nacimiento de una nación (Era esa época); un hombre que llega a su casa y presencia la violación de su esposa por dos hombres (Era el cielo); un brazo que se petrifica en una posición muy incómoda al comienzo de una luna de miel (Diez días en Re); terroristas ingresan a un reality show y toman de rehén al programa (Realidad); un escritor de best sellers que planea liberarse de esa tortura llamada éxito, llamada popularidad (Un escritor comido); un albañil que asesina al jefe de la construcción y luego se esconde en la mansión donde es empleada doméstica su pareja (Rabia); entre otros textos de una obra profusa.

Bizzio ve cosas que no todas las personas perciben, que nadie más está notando y poniendo en relevancia.

Pero hay otro dato. En una entrevista (da muy pocas y siempre relacionada estrictamente con la salida de un libro) dijo algo que también puede considerarse otra de las puertas de acceso a su literatura: “yo desprecio la mentalidad policial”, aseguró con una seguridad envidiable. De este modo, leer a Bizzio, como muy pocas veces sucede en la literatura argentina actual, es tratar de aspirar a una suerte de entelequia que se manifiesta con mucha naturalidad: la libertad absoluta.

¿Es eso posible? ¿De qué tipo de libertad hablamos? Digamos que el lugar común (en relación a las relaciones, a la política, la familia, los espacios, la agenda de los medios y un largo etcétera que muchas veces se utiliza como herramienta para complacer y arrodillarse ante el inconsciente biempensante y “correcto”) es un enemigo, por llamarlo de algún modo, constante en esta obra. Es por eso que en los libros de Bizzio nada se vincula con lo más transitado que circula dentro del discurso de lo social. Es como dice en el último cuento, “Por la espalda”, de su más reciente libro, Bongo Fury: “De una cicatriz lo que importa es la herida”.

Si en su libro anterior, Perdidos (Interzona, 2021), Bizzio bucea en el género del diario de viaje y la crónica de indias ubicando su historia en el siglo XVI, lo próximo que sale (ahora mismo en la mesa de novedades) es un volumen de cuentos, Bongo Fury, que hacen otro desplazamiento a medida que las páginas avanzan: el viaje que va del campo a la ciudad o, quizás, de los espacios más abiertos donde el tiempo transcurre a otro ritmo a los territorios que tienden más a la opresión, el amontonamiento y la superposición de voluntades. Muchos de sus títulos remiten a esta idea de lugar y de geografía (simbólica o concreta) a recorrer: Gran salón con piano, Paraguay, Te desafío a correr como un idiota por el jardín, Planet, Era el cielo, Mi vida en Huel, En el bosque del sonambulismo sexual, Gravedad.

El Bizzio que escribe estas historias que forman parte de Bongo fury entra en vinculación con el Bizzio que trabajó mucho tiempo para la televisión

En este sentido, que Perdidos tenga lugar en 1945 (o que aparezca la antigua China en La conquista o un faraón egipcio en La pirámide) y que Bongo Fury se establezca más con nuestro presente no hace mucha diferencia: es la prosa de Bizzio la que funciona como una amalgama de las experiencias de lectura de sus libros.

Bizzio logó imponer un estilo de escritura que es el vehículo que utiliza para comunicarse con sus lectores y lectoras (por más que él no piense en absoluto en esto). Sus tramas son formas de gestar una sensualidad en la manera de maniobrar la lengua y hacerla traccionar a su favor para crear un lenguaje propio. Por poner dos ejemplos: en Perdidos el lenguaje es más arcaico y en Bongo Fury más coloquial, pero siempre le pertenece.

Ahí se cimenta su poder de acción, el magnetismo que produce, su construcción de belleza y atractivo. Escribe en el cuento “Las formas salvajes del fondo, la luz del aire”: “Se dirá que un segundo es más que suficiente para que la mente vea, procese, amplíe, mida, proyecte, a lo que yo diré que sí, pero solo cuando el cuerpo es agredido, o cuando se involucra en una situación capaz de acabar con él, como millones de veces relataron personas a punto de ahogarse o que han salvado el pellejo por un pelito del accidente. En esos casos la mente es mucho más rápida que el cuerpo, sin duda, pero también inservible.”

En este aspecto, Bizzio utiliza el flujo de una prosa que tiende al despojamiento para indagar sobre distintos procesos que puede atravesar lo físico, lo corporal pero sin subrayarlo: ¿qué sucede si tu cuerpo es una delgada lámina? (Planet); ¿qué sucede si por una torsión de una parte del cuerpo estás en dos lugares distintos? (“Por la espalda”); ¿qué pasa si descubrís de casualidad que tenés una velocidad de superhéroe? (“Las formas salvajes del fondo, la luz del aire”); ¿qué ocurre si ya no te orientás en un lugar archiconocido? (“Ramalión”); ¿qué ocurre si tus deseos se cumplen siempre pero de manera imperfecta? (“Todos los deseos”); ¿qué pasa cuando la memoria ya no funciona correctamente? (“La escultura”).

De todas maneras, Bizzio ha dicho, esto sí, en muchas entrevistas que lo suyo no pasa por el interés de hablar de algo específico antes de ponerse a escribir. Eso no lo moviliza. No hay ningún plan trazado de antemano, no deja que su literatura se someta a regímenes o marcaciones que son previstas. Lo que implica destruir cualquier prejucio. Lo suyo va más por la seducción que le causa una frase, una imagen, un sonido y de ahí partir a la aventura (porque la escritura lo es). Por esto, quizás, es que su prosa genera un efecto de espontaneidad, de improvisación y tiende a la felicidad y a un espejismo que se puede relación con la alegría.

El Bizzio que escribe estas historias que forman parte de Bongo fury entra en vinculación con el Bizzio que trabajó mucho tiempo para la televisión, el que escribe guiones (propios o adaptaciones) de cine y series (solo o junto a su esposa Lucía Puenzo), el que dirige películas y documentales, el que graba discos sin saber tocar un solo instrumento (es música mental), el que forma parte de la banda Súper Siempre junto a sus amigos escritores, el que pinta junto al grupo Mondongo, el que escribe a dúo con el escritor Daniel Guebel.

¿Se trata realmente de diversidad? ¿Qué es lo que implica jugar en terrenos que parecen ser tan distintos? Sin embargo, a pesar de esta probable multiplicidad de actividades, Bizzio las encara de la misma manera: dándole prioridad al deseo, la curiosidad, la suspensión de la incredulidad frente a la dicotomía posible/imposible y abrir los sentidos hacia una zona de goce, placer en la conexión humana.

El cuento “La escultura” comienza así: “Al departamento de al lado se mudó un escultor. ¡Y trabaja ahí! No vi ninguna de sus esculturas así que no tengo la menor idea de cuáles son sus temas, si es que los tiene. De hecho, no sé si es un escultor experimentado o si la obra en la que trabaja es lo primero que hace.” Estas palabras parecen reflejar muy bien una ética de escritura: ¿qué hace falta para escribir más que las ganas de crear un texto?

Bizzio va conociendo mejor su material mientras lo va produciendo: esa es la materialidad de sus obras. Es por eso que en sus libros creación y descubrimiento son lo mismo. Y de esta pista despega hacia el encuentro de lo que depare el día de escritura. Muchas veces deja textos sin terminar. Pero otra veces, pocas (lo que tampoco importa porque él no está pensando en la producción ni el posicionamiento ni en ninguna figura de escritor), termina los textos y es lo que nos llega en forma de libro.

En el cuento “El cuervo y el pavo real”, de julio de 1927, el mismo mes de su suicidio, el escritor japonés Ryūnosuke Akutagawa puso lo siguiente: “En un solo poema de un poeta siempre están todos sus poemas.” Se pueden llevar estas palabras a la obra de Bizzio y sería muy preciso. Bongo Fury es una muestra más de esto.

Quién es Sergio Bizzio

♦ Nació en Villa Ramallo, Provincia de Buenos Aires, en 1956.

♦ Empezó a estudiar Arquitectura y Letras, pero dejó ambas carreras.

♦ Es escritor pero también cineasta, guionista, músico, escenógrafo y productor de televisión.

♦ Entre sus novelas están El divino convertible (1990), Planet (1998), En esa época (2001), Rabia (2004) Era el cielo (2007) y Dos días en Re (2017).

♦ En el cine dirigió Animalada (2000), No fumar es un vicio como cualquier otro (2005) y XXY (2007).

♦ Integra la banda musical Súper Siempre, junto a Alfredo Prior, Francisco Garamona y Alan Courtis.

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