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Sueños realizados: Alberto Greco

La obra de Alberto Greco, artista audaz, temerario e iconoclasta, que vino a Barcelona desde Buenos Aires a morir, no ha dejado de revalorizarse en Argentina y España

Acontecimiento sensacional en la galería de Carles Poy, en la primera sede de esta galería de vanguardia que ya no existe, en la calle Jupí de Barcelona. Debió de ser en el año 91 o 92. El mismo Poy, o unos amigos suyos, encontraron casi milagrosamente unos paneles muy deteriorados con un collage de Alberto Greco (Buenos Aires 1931-Barcelona 1965), que éste había realizado, a base de carteles y anuncios comerciales, como solía, para que sirviese de telón de fondo de una performance. El joven arquitecto Mirko Meyeta, que entonces vivía en Barcelona (se volvió, años después, a su país) organizó una repetición o reenactment de la obra de Greco. 

Estuve allí. Fue especialmente emocionante, entre otros motivos porque Greco, artista audaz, temerario, delirantemente joven, iconoclasta, que desplegaba una gran alegría sospechosa, había recorrido medio mundo, desde su Buenos Aires natal, y había elegido Barcelona como lugar para su pregonado suicidio: “He venido a despedirme. Me voy a Barcelona a matarme. Quería decírtelo. Adiós.” 

Ahora, de alguna manera, en la galería de Carles Poy volvía a nacer. Recuerdo aquella noche alegre y multitudinaria en la abarrotada galería de arte, en la que no se cabía, de manera que se celebraba también en la calle, y como estaba entre tantos amigos --muchos de los cuales perdí luego, así es la vida, el tiempo pasa, la gente se dispersa, cambia o se va--, asocio a aquellos tiempos de plenitud cuando siempre parecía verano a Greco, y asisto complacido a la constante revalorización de su obra y su actitud, tanto en Argentina como en España.

Artista que frecuentaba tanto el legado de Duchamp como las tácticas de la pintura informalista, tanto el minimalismo como la mentalidad pop, lo primero que sabemos de Greco es que en 1960 y 1961 empezó a darse a conocer en Buenos Aires publicando en la prensa anuncios de sí mismo y colgando en la calle, y en las paredes de la galería, carteles de llamativo color amarillo sobre el que campaban en grandes letras negras mensajes con su nombre. “Greco, ¡qué grande sos!” (recuperación o burla del “Perón, Perón, qué grande sos!” de la Marcha Peronista) . “Greco, el pintor informalista más grande de América”.

Exploró una práctica de carácter situacionista, el détournement o desvío: alteraba carteles de publicidad para convertirlos en vehículos propia. Así, por ejemplo, en un anuncio de tabaco en el que se veía a una mujer fumando deleitosamente, insertaba su nombre en el slogan, que ahora rezaba así: “También yo he descubierto ese gusto distinto, ese sabor perfecto, ese placer completo... cuando he descubierto Greco. Allí donde la elegancia, el encanto y el éxito se citan, Greco se halla presente. Greco, todo sabor y con filtro". 

En un anuncio de lavadoras ilustrado con la imagen de  una ama de casa feliz, tras su intervención se leía: "Greco, claro que me ha conquistado. Claro que mi colada está más blanca. Yo también me he cambiado a Greco. Cambie usted también a Greco y aproveche todas sus ventajas. Con Greco, ¡qué gran cantidad de espuma limpiadora! Siempre activa, incluso en agua fría y dura. Ahora, apenas tengo que frotar...". 

Es francamente divertido, aunque puede detectarse en estas bromas tanto la celebración del ego potenciado mediante la propaganda como una escisión del artista consigo mismo, o un desdoblamiento en bufonada y parodia que debería haber disparado alguna alarma, tanto en el mismo artista como en sus amigos. Claro que esta sombra la percibimos a posteriori.

Durante algún tiempo le dio por el happening con ratones. En 1962, durante su último viaje a Italia, aprovechó la inauguración de la Bienal de Venecia para lanzar un montón de ratas al paso del Presidente de la República. Ese mismo año participó en la muestra colectiva en la galería Creuze de París Pablo Manes y 30 artistas de la nueva generación. Según relató el propio Greco, su participación consistió en presentarse en la galería con una caja llena de 30 ratones, obra viva que sólo lo tuvo como participante durante un día debido al mal olor que despedían los animales. 

Greco debió de ser a la vez socialmente entusiasta y en secreto depresivo, o triste o angustiado. Tiene algo de vertiginosa fuga sin fin su periplo por el mundo –desde Buenos Aires natal a las grandes capitales europeas, regreso a Buenos Aires, Brasil, Roma, para acabar en Madrid, donde se juntó con algunos de los artistas de la vanguardia española que habían formado el Grupo El Paso, a los que expuso su idea de los Vivo-Dito: obras de arte vivas, identificadas como tales obras por la mera decisión del artista, por su señalamiento con el dedo, en la estela de Duchamp.

El estrambote tuvo lugar nada menos que en Piedralaves, pequeño pueblo rural español en la provincia de Ávila, al pie de la sierra de Gredos, entonces todavía sumido en una especie de vida medieval. Seguro que aquella experiencia le recordaría su crucial aventura formativa, pocos años antes, en 1960-1961, como participante en las Exposiciones rodantes de arte argentino que organizó Rafael Squirru --crítico y fundador, en 1956, del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires--.

Varios artistas jóvenes recorrían el sur del país, con un camión cargado de cuadros, deteniéndose en ciudades y pueblitos y hablando con los vecinos, con el objetivo de llevar a las comunidades noticia del arte contemporáneo, qué se hacía en la capital, y en el mundo. A Greco aquella aventura le impactó. Le distanció de la idea del arte como lenguaje al margen de la vida y de los círculos creativos y le hizo considerar a las personas como el verdadero tema de la obra. Consideración que cristalizó en las obras de Piedralaves.

Aunque yo creo que si un joven tan radicalmente cosmopolita  estuvo viviendo allí una larga temporada fue porque en aquella villa de cerca de mil quinientos vecinos la vida era barata, y él no iba precisamente sobrado de fondos. Pero de las fotografías en blanco y negro que quedan como testimonio de los Vivo-ditos que realizó en Piedralaves parece que su entusiasmo activista no desfallecía.

En esas fotografías se le ve mirando a cámara, en mangas de camisa y tocado con un sombrero de paja, al lado de algún vecino al que ha hecho sostener un cartel que dice: “Esto es un Greco”. O una anciana ante unas sábanas blancas, tendidas bajo un balcón, con un cartel que dice: “Obra de arte señalada por Alberto Greco.” También le vemos acuclillado, acabando de trazar en el roto pavimento de la calle un círculo de tiza en torno a una campesina montada en un burro: lo que está, por lo menos durante el tiempo necesario para tomar la foto, dentro del círculo, “es un Greco”.  

Después de regreso a Madrid, planeó y anunció a sus amigos su proyecto de darse muerte: “Me voy a Barcelona a matarme”. No lo tomaron muy en serio. Era tan alegre… 

Ya en Barcelona, poco después de realizar el collage y la performance que veinticinco años después se repetiría en la galería de Poy, el 12 de octubre de 1965, Greco, instalado en la casa de unos amigos, ingirió un frasco de barbitúricos y se puso a escribir hasta perder el conocimiento. Sus amigos lo encontraron agonizando. Falleció en el hospital al cabo de dos días. En la pared dejó escrito: “Esta es mi mejor obra”. Y en la palma de la mano, la palabra FIN. 

Desde luego que éste fue un sueño realizado.

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024