Por Silvina Herrera
Poder ser y constituirse en madre como un grito quebrado de materialización generacional, buscar la posibilidad de establecerse como sujeto, entre el amor y el sexo, entre la hostilidad y el encuentro, el placer y la amenaza de quietud; enfrentar los paradigmas de exclusión son algunas de las acciones que varias escritoras mujeres narran en un plano de supervivencia luego de la crisis de 2001. Estos movimientos relatados en una primera persona con ribetes autobiográficos dan como resultado textos que entrecruzan la vida personal, el arte y la política.
La escritora y docente Elsa Drucaroff fue la encargada de reunir en la antología Panorama Interzona, Narrativas Emergentes de la Argentina a 28 autores de hasta 45 años, la mayoría de ellos nacidos durante la dictadura y criados en los primeros años del regreso de la democracia, con una mirada atravesada por el cambio social y la cultura popular. Muchas de esas autoras son mujeres que hablan de su cotidianidad, de hechos que suceden en la vida de todos los días, pero desde una resistencia.
El cine, la televisión y la música están presentes como correlatos de significación y pertenencia a una época y un lugar. Cada capítulo lleva el nombre de la estrofa de una canción de bandas de rock y pop que formaron parte del crecimiento de los autores y se relacionan con cada una de las tramas. “Dale sol de enero, dale un vientre blanco”, de Luis Alberto Spinetta, encierra los relatos que hablan desde distintos bordes sobre la potencia materna; “Jóvenes lobos quemándose de amor” que remite a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota o “Vos sos mi destrucción, quisiera atraparte”, de Virus, revelan la pasión y el dolor de las relaciones sentimentales a través de letras reconocibles.
El cuento, la poesía, el teatro y la crítica son los cuatro géneros elegidos para presentar el panorama actual de la narrativa joven. Tal vez una de las estrategias más arriesgadas de esta antología sea incluir a la crítica como género literario y hacerla dialogar con los otros textos. Aunque las críticas se refieran a piezas teatrales ya representadas o textos publicados previamente, en el fondo están haciendo alusión a este modo de narrar que tiene que ver con transformar la vida personal en literatura y “atentar contra el concepto máscara”.
“Lo bueno de narrar lo autobiográfico es que podemos encapricharnos en no tornarnos personajes, sacudirnos esa carga insoportable de tener que andar seduciendo al mundo entero”, escribe Rocío Navarro en “El día que salí”, y de algún modo está trazando el manifiesto imaginario que encierran los textos de estas escritoras. Eva del Rosario nos invita al “mundo de las cosas” a través de narradores cruzados que relatan el desencuentro en formato digital, con música de Radiohead.
El cuento de Daniela Allerbon recorre la conflictividad laboral desde el mundo privado y también desde los otros, un reconocerse para poder continuar en la adversidad más incomprensible a través de una narración medida y creíble, en ese lugar donde la normalidad se cae. Azucena Galettini, Ariadna Casterllarnau y Maruja Bustamante abordan la maternidad desde el dolor y las palabras, con textos repletos de fuerza narrativa.
El libro se cierra con la crítica de Sol Echeverría que se detiene en algunos de los autores más nombrados en los últimos años, como Fabián Casas o Alan Pauls, unidos por la idea de crisis que también atraviesa a los escritores de este Panorama, quienes se saben “finitos sorbos de aire ante la muerte”.