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Vuelo nocturno: la conspiración de los huérfanos

El susurro autobiográfico que recorre buena parte de sus textos está también entretejido en los ensayos breves que componen Confabulaciones, el último libro de John Berger.

Por Demián Orosz

Cuando lloraba lo metían en un enorme ropero. Una empleada que lo tenía a su cuidado llamaba a ese lugar “La despensa de las lágrimas”.

John Berger no da ningún otro detalle de esa celda para el llanto, donde lo castigaban mientras su mamá trabajaba en una cocina haciendo dulces y tortas que apenas lograban pagar una vida estrecha, pero recuerda ese sitio como una de las circunstancias que reforzaron una sensación de orfandad que experimentó desde muy chico. Desde que tenía 4 ó 5 años. Esa sensación de ser “una especie de huérfano” lo acompañó toda su vida, talló su relación con las personas y terminó moldeando al escritor en que se convirtió.

El susurro autobiográfico que recorre buena parte de sus textos está también entretejido en los ensayos breves que componen Confabulaciones, el último libro del narrador, ensayista, dibujante y crítico de arte inglés fallecido a los 90 años en enero de 2017. El libro está editado como si se tratara de un cuaderno que se usa para anotar impresiones, con tapas duras y hojas de bordes redondeados, algunas cuadriculadas, lo que en conjunto refuerza la impresión de estar leyendo páginas íntimas, dejadas sobre un escritorio o escondidas en un cajón. Berger las llamas “notas”.

Se podrían enumerar los “temas” de estas notas si no fuera que su método produce casi siempre un hermanamiento de varias líneas narrativas que parecen paralelas, historias empujadas a correr sin tocarse, hasta que la escritura las conduce a un encuentro que las ilumina mutuamente.

En algunos casos el relato va directo al corazón de la historia (Berger, haga lo que haga, siempre cuenta una historia, y es probable que un librero no la tenga fácil para determinar si el volumen va con los ensayos de arte, con la literatura o los textos con filo político). A veces hay coartadas o líneas de fuga que demoran la llegada. Pero el viaje siempre resulta maravilloso. Lo que define a la escritura envolvente de Berger es la atención piadosa a las cosas y a los hechos en sí mismos mudos, ya sea el trayecto para despedir a un amigo en un funeral o el increíble esfuerzo de la naturaleza para hacer crecer una rama torcida. Todo es invitado a hablar. “¿Es posible ‘leer’ las apariciones naturales como textos?”, se pregunta en el ensayo final. ¿Hay un mensaje en las flores, en los ríos, en las piedras?

El lenguaje, la voz con tristezas encriptadas de Cesárea Évora, la energía reveladora de las payasadas de Charles Chaplin, un extraño rodeo para alcanzar la vida iluminada y furiosa de la teórica marxista Rosa Luxemburgo, las utopías y el desprecio del presente que implica según Berger esa manera de imaginar el futuro son, si se quiere, algunos temas. Quizá corresponda más hablar de motivos: las canciones, la necesidad de memoria, los que entregan su vida al arte aunque no sean genios, la esperanza que se mueve tercamente entre los hombres y sus posibilidades de una vida que sea digna de llamarse así.

Como alguien que conversa con sus lectores haciendo de cuenta que todos son huérfanos. Así se describe Berger en el episodio donde se menciona “La despensa de las lágrimas”. Obligados a valerse por sí mismos. Insolentes. Estrellas solitarias. Anota: “Propongo una conspiración de huérfanos. Intercambiamos guiños. Rechazamos las jerarquías. Damos por asegurado que el mundo es una mierda e intercambiamos historias sobre como logramos arreglárnosla pese a todo. Somos impertinentes”.

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