El 20 de diciembre de 2003 hubo nuevamente manifestaciones para conmemorar las protestas que tuvieron lugar dos años atrás. A nosotros, testigos de afuera, nos tocó estar detrás del vallado que contenía a la prensa y observadores extranjeros en una esquina de la Plaza de Mayo. Asistíamos al ordenado paso de los manifestantes que lentamente doblaban en dirección a la Casa de Gobierno flanqueados ahora por prolijos individuos de la defensa civil de la ciudad enfundados en chalecos estridente, como si fueran parte de un play mobil. La ausencia de efectivos policiales era ostentosamente escasa. Parecía que, bajo este nuevo gobierno, las manifestaciones habían pasado a formar parte de algún departamento sanitario del estado y habían dejado de lado su estigma popular. Nuestro humor era sombrío, algo nos molestaba. Tal vez el acorazamiento de los manifestantes bajo el logo de los partidos políticos, de los sindicatos o de la izquierda y derecha organizada; o las imágenes de Evita Perón y San Martín, o el Himno Nacional, o el conjunto de seres encasillados bajo el orden del consenso que terminaba por regalarnos a la situación de testigos junto a los informantes “objetivos” todos protegidos por el vallado, separados de la gente. Más tarde, fuimos a un café para atenuar con una fría cerveza el sabor a tablado construido y anodina Fiesta Patria que sustituía a aquella variada y original multiplicad espontánea. El pasado, pisado. Y allí estábamos, obnubilados un poco por el desconcierto y la melancolía, reclinados sobre la mesa mirando por la ventana hacia la calle donde seguía pasando la gente que había participado de la marcha.De pronto vimos una cara conocida, detrás de ella, reconocimos que esas sonrisas nos estaban dedicadas, venían hacia nosotros. Salimos otra vez a la calle felices por el reencuentro con los amigos de tantas marchas, tan diferentes a esta. Volvió la alegría y desapareció la distancia que la valla había puesto entre nosotros y la realidad. Los amigos marchaban en función de la memoria de los muertos del 20 de diciembre de 2001: ellos, la multiplicidad de aquellas protestas, su desorden, su fantasía, y sus ganas, no de someterse a las filas de lo que el poder tolera en tiempos de paz, sino de construir modos y maneras de convivencia que puedan apostar a un futuro diferente. No es humanitaria la imagen cuidadosa de un poder que ostenta a correctos sanitaristas delante de las cámaras de televisión internacional; esa higiene quiere lavar la memoria de los actos recientes. En compañía de nuestros amigos recorrimos los lugares donde Gustavo Benedetto, Gastón Riva y Alberto Márquez habían sido asesinados por la policía dos años atrás. A nuestros amigos argentinos nuestra gratitud por ayudarnos a cortar la distancia que impone el vallado.