Como sagazmente anotara Irene Chikiar Bauer en el número 38 de Damiselas en apuros: Podría decirse que Cecilia Szperling, luego de tantos años de escucha, de prestar oído a tantas confesiones, se ha dispuesto ella misma a brindar testimonio: aunque se trate de uno distorsionado por la ficción. (…) Todo se difumina en un proyectar, en las palabras de una nena de siete años que narra y habla para no dormir. Que practica ser Sherezade con sus hermanas; que escribe el diario de sus noches. La misma que a los nueve años descubre que “no hay nada más útil que desmayarse” y puede asegurar que su “sentido de la oportunidad para el desmayo es perfecto”. Damisela inquieta suma, año tras año, hasta llegar a los quince, nuevos descubrimientos: los que van de la infancia a la adolescencia y que incluyen, casi a manera de revelación, “lo que hace un escritor” (…) “Mi primera vida era real, ahora en la segunda empieza la ficción. Es una vida pensada por alguien, diseñada, yo simplemente la ejecuto”. Ejecución en la que se confunden narradora y autora y que culmina, como hecho literario, en el difuso campo de la autoficción.
Cecilia Sz. es autora, además, de El futuro de los artistas (De la Flor, 1997) y Selección natural (Adriana Hidalgo, 2003), además, claro, de ponerle la firma a la compilación de Confesionarios. Historia de mi vida privada, 1 y 2 (Ediciones del Rojas). Actualmente prosigue con esta perdurable creación en Radio Uba, los viernes de 22 a 24 en el 87,9 AM, programa que se emite, obvio es decirlo, bajo el título Confesionario Radio, siempre bajo la consigna que vienen cumpliendo figuras de la cultura: leer textos bien personales.
En cuanto a La máquina…, Szperling prefiere definirla como fábula autobiográfica. Este volumen ofrece en su tapa un intranquilizador diseño de la artista Flavia Da Rin: dos chicas de ojos algo desorbitados, despabilados acaso por el insomnio, esa otra vida nocturna fronteriza que la escritora evoca poéticamente desde la infancia a la adolescencia.
A continuación, La camisa roja, relato que integra La máquina…, tomando un momento en que la narradora tiene diez años, y que Paula Maffía musicalizó con mucho beneplácito de la autora; y A o B, donde las hermanas han crecido, ya están en los 20. Esta narración probablemente sea parte del próximo opus de Cecilia Szperling, quien comenta: “Es un texto musical, estilo Laurie Anderson. Entonces, se volvió un hit de los ciclos de lectura en vivo, y también lo hemos hecho con Paula Maffía”.
La camisa roja
Viviana es una chica nueva en la escuela. Me invita a su cumpleaños. Soy la única de la clase a la que invita. Madre me compra una camisa roja. La voy a llevar al cumpleaños de Viviana. Lo festeja en su club. Fui algunas veces a su casa. Tiene una hermana que se llama Betina y que es más grande y está llena de misterios. Viviana me lleva con su familia en su auto por la ruta. No conozco bien a su padre. No conozco esa ruta. Miro pasar los árboles y cambiar el paisaje. Van tranquilos, hablando con suavidad.
Al entrar al club se saludan con personal y socios de modo familiar, alegre.
Nos llevan a una especie de quincho lleno de chicos. No conozco a todos esos chicos. Son los amigos de Viviana de fin de semana. La primera actividad es una rifa. Me dan el número 68 en un papelito celeste. El que gane pasará al centro y quedará a la vista de esos 50 niños. También se verá obligado a intercambiar con un animador un poco exaltado. De solo imaginarme que salga mi número siento vergüenza, fuera de Viviana y su mamá a todos veo por primera vez. Anuncian el 68 y por supuesto que hago desaparecer ese papelito y se ven obligados a sacar otro número.
Tengo 10 años. Un grupo de niños corre tras de mí. Alguien grita “Hay que atrapar a la de la camisa roja”. Estoy en un club que desconozco y los chicos quisieron correrme como a un toro. Por mi camisa!!! Mi camisa Roja que enardece a los animales. Corro, me corren, corro, me corren, me alejo de la familia de mi amiga y de mi amiga. Hacia dónde voy? No sé. No conozco este lugar. Paso la zona de las parrillas, paso las canchas de tenis, oscurece, se está haciendo de noche. Entro en el frontón. Error. No hay salida. Contra el paredón. Estoy lista! Atrapada! Pero entonces, como no puedo volar, como no puedo enterrarme en la tierra…consigo lo imposible: me Desmayo. El desmayo frena a los chicos, los detiene. Ya no soy esa presa viva a la que hay que agarrar. Ahora estoy como muerta. Muerta por su culpa. Paso de ser una eléctrica camisa roja en movimiento o una especie de conejito herido.
Mi primera lección en desmayos. Totalmente útil. Nada más útil que desmayarse, solo requiere un alto y sutil sentido de la oportunidad. Y puedo asegurar que mi sentido de la oportunidad para el desmayo es perfecto. Acierto siempre. No hay equivocación. Puedo frenar, detener, suprimir y evitar que ocurra lo que no quiero que pase. Clase de música: desmayo. Quiero volver a casa: desmayo. No me gusta el almuerzo del comedor escolar, y así, sirve para borrar el futuro, para desbaratar los planes de los adultos. Magia! Abracadabra y me libero de la nefasta excursión escolar. Mi desmayo es como un par de zapatillitas rosas con puntas. Giro y giro al ritmo de violines y el público suspira por mí.
Al tiempo mis desmayos se vuelven inmanejables. Pensaba que era mi esclavo, siempre a mi servicio. Defraudada descubro que es un Dios déspota, exige tributos y reverencias. Es el que manda. Creí que los desmayos eran parte de mis dominios. En cambio El Dios Desmayo me dedica la escena de dominación y para que quede bien claro quien manda, me tira al piso en el colectivo 113. Ahora me preocupa mi destino, como antes solo se preocupaban los que me veían desmayar. Para ellos no hay nada nuevo, es tan solo un desmayo más, uno más de mis desmayos. Pero en mi interior ultrajado, yo sé muy bien que no. Que no fui yo la que lo convoqué esta vez. Amenazante, dominante El Dios de los desmayos me hizo trabita, me puso el pie mientras corría y me dejó tendida en la arena. Mi cuerpo ya no es un lugar seguro. Tengo 8 años. Entro al baño de mi junto a mi habitación en el tercer piso de mi casa. Caigo. Me despierto con la mejilla en el piso siento el frío de las baldosas damero blanco y negro. Estoy sola. Me levanto. Me miro en el espejo y sigo. Es una escena de teatro sin público. Después prefiero no contarla.
¿A o B?
Menor es secuestrada por una nube tóxica. Es mareada y confundida por fuerzas que no maneja y así se convierte en: La chica que duda siempre y siempre me llama. Y que me deja totalmente comprometida con ese modo de existir, cuando me envuelve en sus indecisiones. Y me tortura así.
Cada media hora me pregunta ¿A o B? ¿A o B?, durante cinco minutos non stop: ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B?
Cuando digo A me dice
¿Por qué no B?, ¿Por qué no B? ¿Por qué no B?, ¿Por qué no B?, otros 5 minutos.
Y Luego, entonces digo B.
Con esa contestación creo que pongo fin al martirio.
Al rato vuelve ¿Seguro B? ¿Seguro B? ¿Seguro B?
Y de pronto ¿Por qué no C? ¿Por qué no C?
Y entonces volvemos al principio ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? Durante cinco minutos non stop.
¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? Desde cualquier lugar. Desde Berlín.
Desde Humahuaca.
Desde Boedo.
Desde Pensilvania.
¿A qué fiesta ir? ¿A la de amigos? ¿A la de trabajo? Si, pero queda lejos…Sí, pero…no se habrá terminado. Son las dos.
¿A que fiesta ir? ¿A o B? ¿A o B?
¿Voy o no voy?
¿voy o no voy?
Y yo: Andá. Y yo digo Andá. Y yo le digo andá.
Y ella: ¡Llueve! Torrencialmente!!!!
Y va a estar ese tipo…
¿Quién?
¿Quién?, digo yo.
Es tip…
Es alguien nefasto?
Es alguien nefasto?
…
era uno que te gusta?
Uno que te gustaba?
El nefasto, era?
Era el nefasto?, pregunto asustada.
O era el lindo?
El que te re gustaba?
Otra vez ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B?
Y ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C?
Lluvia truenos. Es el teléfono que hace este ruido? Llueve y es el gran diluvio?…todos al arca?! O es mi cabeza afectada por el futuro de La chica que duda.
Porque esta liturgia, este mantra de opciones que pide definición, me dobla la espalda, encorva mis hombros, me cansa la garganta, se fatiga mi voz. Hasta minar y doblegar mi energía vital por el resto del día.
Y esta tortura. La Tortura de la Decisión Perfecta, solo acaba, solo termina, solo concluye con mi extenuación total.
Como en un ritual sacrificial, solo en la rendición total, en el último aliento, solo así queda demostrado ante Dios, La Historia, La Filosofía, El Universo, La Verdad Universal, La Cifra última…su hipótesis. La que La chica que duda siempre y siempre me llama ya tenía antes de preguntar A o B…la hipótesis de que es Imposible Decidir. No hay decisión. Decidir es morir. Como no quiero morir elijo agonizar , ¿A o B? ¿A o B? ¿A o B? porque mientras hay vida hay esperanza.
La chica que duda siempre y siempre me llama quiere que agonice junto a ella, que comprenda la naturaleza maligna, desalmada, pérfida y sinsentido de la vida: darnos opciones y obligarnos a elegir una de modo que seremos culpables y padeceremos por siempre la Decisión equivocada. Me repetirá ¿A o B? en un loop infinito sin cesar. Me dará las razones de A y las de B. y cuando me convenza de lo conveniente de una atacará con lo inconveniente de esa opción. Al tomar su segunda opción, más conveniente a su decir, comenzará el trabajo de demolición. Y así ser hasta que quedemos ahí, secas, abandonadas, las dos tiradas en el barro seco, derrumbadas y así sentirse acompañada en su agonía.
A la pregunta ¿Qué hago? ¿A o B? Si digo A será ¿Por qué no B? ¿Si digo B? ¿Por qué no A? Luego Ni A, ni B y ¿Por qué no C? Y luego ¿A o B o C? ¿A o B o C? Y Luego ¿B o C? ¿B o C? ¿B o C? Y luego ¿A o C? ¿A o C? ¿A o C?