interZona

En torno a Martínez Estrada

La palabra perdurable

Dos nuevos libros sobre Ezequiel Martínez Estrada y su obra acaban de ser publicados. Uno de ellos se titula Epistolario, y recoge la correspondencia intercambiada con Victoria Ocampo, donde se reflejan matices de un vínculo enriquecido por el afecto y la inteligencia. Un diálogo en el que a través de la distancia, como dice el prologuista, Christian Ferrer, mantuvo "una amistad encantada, sazonada por alguna que otra tirantez, motivada casi siempre por las inestabilidades políticas argentinas. Por más que, a pesar de esas divergencias, fueron básicamente aliados, con tendencia en Martínez Estrada a la gratitud y la adoración, sin por ello privarse de intercalar alguna que otra protesta calamitosa".

 El otro, Mensajes, auspiciado por Ediuns e Interzona, abarca una selección de artículos reveladores del pensamiento y la acción del escritor argentino que pasara la última etapa de su vida, recluido por voluntad propia, en Bahía Blanca.

 "De la ingente obra de Ezequiel Martínez Estrada hemos elegido y no fue fácil-- las que nos parecen que pueden ayudar a los jóvenes que no lo conocieron, a acercarse --a través de breves pero sustanciosos textos-- al pensamiento de alguien que tuvo la infrecuente costumbre de ser un hombre libre", dice Nidia Burgos en el prólogo.

 Incluye inolvidables textos como el "Mensaje a los escritores", conferencia organizada por el Colegio Libre de Estudios Superiores de nuestra ciudad.

 En resumen, se trata de dos obras que contribuyen a difundir y consolidar en su vasta perspectiva el pensamiento de Ezequiel Martínez Estrada. Un pensador desilusionado que, a pesar de todo, mantuvo intactos sus principios hasta en la marginalidad solitaria de sus últimos años, transcurridos en su casa de la avenida Alem. Atalaya desde la cual sostuvo que, si algún día se publicaran sus obras completas, deberían titularse Meditaciones de un puritano en el burdel.

 Con respecto a los textos cartas que reproducimos a continuación, relacionados con su paso por la docencia, cabe recordar que entre los discípulos del Colegio Nacional de La Plata que más lo admiraron debemos incluir al notable cardiocirujano René Favoloro, quien eligió en forma irrenunciable, a lo largo de toda su vida, la perspectiva ética inculcada por el pensamiento y el ejemplo de Martínez Estrada.

 Vale recordar que, tras su muerte, Favaloro visitó, con profunda emoción, la casa de la avenida Alem. Ese día doña Agustina, la esposa del escritor, le obsequió, como testimonio de afecto, la lapicera estilográfica de color rosa pálido que usara Martínez Estrada. El destacado cirujano agradeció aquel gesto como el mayor reconocimiento que recibiera a lo largo de su vida, tan pródiga en homenaje y distinciones.


Unidos para siempre
 

 Con motivo de haber solicitado licencia en las cátedras de Literatura que el profesor Ezequiel Martínez Estrada dictaba en el Colegio Nacional de La Plata, sus alumnos de 6° año le enviaron la siguiente nota:

 

 De nuestra mayor estima:

 Cuando un profesor ha sobrepasado la esfera de sus funciones específicas y ha logrado conquistar entre la masa estudiantil el calificativo de maestro, su ausencia deja un claro en la vida a que pertenece que obliga a quienes lo conocen como alumnos a otorgar un saludo que al adquirir las formas de cordial recuerdo, estimule las ansias del retorno.

 Sus alumnos del 6° año del Colegio Nacional de La Plata hacemos votos por la pronta desaparición de las causas que lo alejan hoy de nuestras aulas y sintetizamos nuestro afectuoso reconocimiento en un... ¡Hasta pronto, maestro!

 

 En contestación al saludo precedente, el profesor Martínez Estrada dirigió la carta que origina esta publicación.

 

 Buenos Aires, julio 7 de 1945.

 

 A los alumnos de 6° año del Colegio Nacional de La Plata.

 A todos y cada uno.

 

 Mis queridos alumnos, mis queridos amigos:

 Me han conmovido ustedes con el generoso y cordial mensaje de simpatía, que leí con lágrimas. ¿Para qué voy a intentar siquiera deciros cuánto bien he recibido de esas palabras filiales, que escucho más bien que leo? No lo conseguiría.

 La ausencia no me separa de ustedes, al contrario: me acerca más.

 Diariamente pienso en nuestro querido Colegio y en ustedes, sin representármelos más que como unidad indivisible en la pluralidad de nombres, rostros, voces y sitios. Es un aula a donde todos los días voy; somos nosotros.

 Formábamos de verdad una familia en el seno de otra familia más numerosa, en el seno de otra familia todavía mayor. No nos reuníamos por razones de tareas, de horarios, de deberes; era inevitable que así sucediera, pues nuestro compromiso de encontrarnos provenía más bien de que estábamos obligados a convivir la vida del espíritu, en que poco tenían que ver el Colegio y los libros. Eso se había decidido en otra parte. Colegio y libros eran instrumentos circunstanciales y materiales para aquel encuentro del que resultaba una comunión de espíritus que también podía ser llamada clase, estudio o de cualquier otro modo.

 La verdad es que nos encontrábamos para vivir en un mundo que era mucho más cierto que el de la calle, las casas y los muebles. Un mundo en que también convivían con nosotros grandes hombres, grandes obras, grandes ideas, grandes sentimientos, universales y eternos. Aunque hayamos olvidado el texto literal de las lecciones, ¿cómo podremos olvidar el provecho de aquellas horas en que todos formábamos también unidad de plurales nombres, edades, experiencias y destinos? Todo lo que pudo habernos separado y hasta haber hecho imposible que jamás nos halláramos, concurrió precisamente para unirnos, conocernos y amarnos.

 Eso es lo que las cariñosas palabras que he leído me aseguran, y de veras comprendo ese lenguaje. También es el mío. Por eso es justo que a mi vez reconozca mi deuda y que sea agradecido de los bienes que a ustedes les debo. ¡Cuántos pretextos encontrábamos para que las clases y las lecciones fuesen un motivo de anudar más estrechamente nuestras almas! Las autoridades del Colegio esto es todavía un secreto-- solamente se enteraban de que seguíamos un programa, pero ¿sospechaban acaso que íbamos creando esta comunidad de las almas; que Baudelaire y Poe, Whitman y Mallarmé nos servían para escaparnos del Colegio y de los libros a un mundo en que éramos todos amigos muy viejos, en que hacíamos de nuestros espíritus un muro infranqueable para la otra realidad de los pasillos y de los celadores? Infortunios y dichas ajenos eran también nuestros; participábamos en la aventura de vivir en dimensiones de espacio y tiempo inconcebibles. Me parece ahora un sueño. No lo era. Aquellas horas nos permiten hoy sentir que nuestras palabras, las de ustedes y las mías, se refieren a una realidad indudable. Pues, si no, ¿es que nos hemos conocido?

 Ustedes y yo tuvimos en aquellos felices días los mismos maestros; yo también era un alumno que con ustedes asistía a ese mundo prodigioso. No lo olvidemos. Buscábamos todos, a través de los órganos de pensar y sentir, encontrarnos a nosotros mismos en nuestra condición de hombres, con más conciencia y en más sazonada plenitud. Creían los de fuera que estábamos estudiando; ¡y nos estábamos formando, corrigiendo, nutriéndonos de alimentos que nos han dado esta salud de la amistad! ¿Cómo olvidarme de ustedes? Todos éramos alumnos, repito, y convivíamos una misma vida en las aulas, el único lugar donde ello era posible. Esto inefable-- es lo que ustedes me deben y lo que yo, quizás en grado superior, les debo. Pues además obtenía yo una satisfacción infinita al ver cómo penetraban ustedes insensiblemente, con todos los innumerables tesoros de la edad lozana, susceptible de asombros, en esos laberintos de la poesía, la novela, el cuento, donde están escondidas las divinidades que nos dan ánimos y nos enseñan, además, a admirar, amar y comprender. Y a compadecer. Yo también penetraba en los laberintos ahora lo confieso-- con miedo, devoción y asombro. ¡Dios quiera que nunca llegue a saber tanto que pierda el miedo, la devoción y el asombro por lo que el espíritu ha realizado, no menos maravilloso que lo que la tierra realizó!

 Es posible que nos volvamos a ver antes de terminar el año. Si así fuera, desde ya agregaría la dicha de la esperanza a la del recuerdo. Pero si no fuera así, me basta la seguridad de que nada podrá en adelante separarnos, puesto que tan felizmente nos hemos encontrado y unido para siempre. ¿No es bastante, mis queridos amigos?

 Un gran abrazo para todos y para cada uno, hijos míos.

 Siempre.

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024