Una posibilidad es leer El guacho… como una crítica a los modos más estabilizados de leer el poema de Hernández…
Y la verdad es que mi intención fue ir contra el sentido común más rancio, más instalado. Escribo pensando lo que dice Borges en su definición de clásico como el libro del que todos hablan y nadie lee. Me parece que eso es lo que pasa con el Martín Fierro. Era un texto que me había gustado muchísimo, sobre todo la primera parte que es la yo que trabajé. No entendía cómo podía hablarse de un libro con tanto desconocimiento y a la vez cómo estaba tan institucionalizado cuando el protagonista era cualquiera. Se supone que se eligen como textos nacionales algunos que encarnen cierto arquetipo ideal de nobleza, de bondad, como modelos morales de vida y nuestro personaje en cuestión no tenía nada que ver con eso. La idea fue reescribir el texto en otro tono y modificar lo menos posible. Ese fue el axioma de trabajo.
¿Qué era lo que más te interesaba remarcar?
Lo que me importaba era jugar en contra de los prejuicios. Es complicado meterse con este registro. Los inconvenientes puntuales se daban verso a verso. Había un montón de decisiones que tomar. Están los peligros de ser muy paternalista, prejuicioso y etiquetador. Siempre trabajo con sentidos generales, pero dentro de eso me parece que este era un estilo más fino y tenía que estar atento a eso. Es un registro sensible. Podés tener un acercamiento como hace Martín Ciccioli en la tele: “oh miren un borracho, las curiosidades que dice el negro, ¿a ver negro, estás borracho?” Yo no quería que fuera así, ni siquiera quería que fuera una lectura políticamente correcta. Sólo buscaba tratar de trabajar en función de la historia.
Sin embargo, hay una crítica visible.
Si, pero lo que está puntualmente en el texto es lo que pensaba Hernández. Borges dice que lo que quería hacer era un folletín en contra del Ministerio de Guerra. Era súper puntual y política su intención, pero trasciende. El personaje medio que se le va de las manos. En la segunda parte del texto lo que hace es vengarse de su personaje. En el 72 Hernández era un exiliado, lo estaba buscando todo el mundo y escribió el libro en esas circunstancias. Pero en el 79, cuando escribe La Vuelta, era senador y todo en función del éxito que había tenido su libro. Entonces, pasó de estar en una vereda y cruzar a la otra. Por supuesto, tuvo que escribir La Vuelta adoctrinándolo, con los consejos del viejo Vizcacha y de Martín Fierro diciéndole a los hijos que se portaran bien. Ahí se ve cómo cambia de tono sobre todo en la caracterización del indio: en la primera es El Dorado, la tierra prometida, está todo re bien; y en La Vuelta lo describe como el infierno.
¿Cómo es tu relación con la escritura?
Yo agarré las cosas muy tarde. Tarde en el sentido que no tengo la historia típica del pibe que lee y escribe. Me empezó a interesar a través de la música, si se quiere. De ahí salté a la poesía, pero de todos modos la literatura aparece tarde, a los 17 años. No tengo experiencias anteriores de lecturas significativas.
¿Por qué elegiste que tus libros (Mamacha, Pintó el arrebato, El Guacho, entre otros) sean en lenguaje tumbero?
Es una forma de hastío. Antes escribía en un tono más lírico, barroco, cargado de figuras retorcidas, lo mismo que las imágenes. Es una acercamiento que todavía me interesa y al cual seguro volveré, pero en ese momento me cansé de ese tono general de la poesía que escuchaba de mi generación y de la anterior, porque me parecía que el yo poético se instalaba en una media que dejaba al yo lírico en situaciones ridículas. Pensé que a lo mejor desde mi experiencia podía recatar algo más lúdico, juguetón, y hacer poesía con ese registro. Es una forma que encontré para darme a mí mismo un aire nuevo, o renovar las ganas de producir. Siempre quise robarle a Osvaldo Lamborghini.
En general le prestás mucha atención a seguir la estética turra no sólo en el lenguaje sino en la tapa o los dibujos.
En Pintó el arrebato el titulo fue un disparador. “Pintó el arrebato, guacho” era el titulo de un disco de una banda de cumbia que se llamaba El Arrebato, de las que llegaron cuando la cumbia villera estaba en retirada, algo así como los últimos estertores. Me quedé con esa partícula y pensé en hacer un libro con ese titulo. En el caso de El Guacho, al proyecto lo entendí cuando hice el dibujo de la portada. Mirando una tapa del Martín Fierro con el gaucho, el rebenque y el caballo, traté de traducirlo a un guacho en moto con una cartera. Así pasó con todos los dibujos que fui copiando. En cuanto a la portada lo pensé como un cartel de banda de cumbia, con letras grandes y muchos colores. Los números de los capítulos son la marca típica de cómo supuestamente cuentan los días los presos. Era jugar con ese chiste. La otra opción que barajamos con la editora (Andrea Stefanoni) fue hacerlo con la nomenclatura del truco con el cuadrado y la diagonal. Después entendimos que tenía más sentido como finalmente quedó. En general me iba sorprendiendo cómo iban cayendo las cosas, por eso siempre digo que me divertí como chancho haciendo el libro.
En Pintó… escribiste el poema “Flash del Pablito” en alusión a Pablo Lescano ¿Pensás que el éxito de la cumbia eliminó ciertos prejuicios?
No te creas. Los prejuicios están a la orden del día. A los Wachiturros, por ejemplo, en los comentarios de los videos de You Tube les re dan. Me parece que Pablo Lescano es claramente un artista que supo mutar y relacionarse con la gente y estar abierto a otras posibilidades. Es un tipo exitoso, un pibe inteligente que produjo un montón de bandas. Una de sus tantas virtudes es haber trascendido ante esos prejuicios de clase. Él esta ahí, en la villa, no salió. En eso radica su éxito. Me encantaría que Pablo musicalice El Guacho. Ojalá hubiera más de esos cruces. En el mismo nivel veo a Piquín bailando con la enana y lo banco a muerte. Es híper prestigioso, sus colegas lo juzgan acusándolo de grasa y el tipo va. Pasa en el mismo programa de Tinelli. Si bardeás sin verlo sos un gil, si lo ves para bardearlo sos un gil igual. Son dos caminos que te hacen quedar igual de entúpido. Disfrutalo o no lo mires. Reconozco que también puede haber discursos críticos de ese programa pero con un nivel de complejidad mayor que el sentir común básico. En Facebook pegan ese cartel que dice “cada vez que alguien mira a Tinelli se suicida un libro”. César Aira escribió para La Nación un artículo muy interesante diciendo algo así como: ¿vos te pensás que Tinelli le saca lectores a Borges? Tinelli puede sacarle público a Gran Hermano pero no a Borges. Yo leo Borges y miro Tinelli, y la paso bomba!
Washington Cucurto habló muy bien en su momento de Pintó el arrebato. Hace poco salió el libro el Ragbier poeta y dijo que el escritor, Tomás de Vedia, es el “Cucurto blanco”. Es un libro que también rompe con ciertos prejuicios.
¡Quiero conseguir ese libro! Leí un par de poemas y me gustaron mucho. Está buenísimo que sea de alguien rico, lindo, saludable, porque siempre la poesía está escrita por la gente más fea, más insana, más drogada, más fracasada de la sociedad. Está bueno que alguien que esté del lado del éxito nos cuente cómo se siente de un modo poético. (Risas) Yo corrijo como enfermo pero escribo poco. Me gusta boludear formalmente. Mis amigos me pedían la novela. Hoy lo más cercano que tengo a la novela es El Guacho. Esa es mi respuesta. Es un poema, El Martín Fierro, La Odisea y La Divina Comedia también lo son y te cuentan una historia.
¿Es cierto que antes de hacer El Guacho pensaste en hacer Don Segundo Zombie?
Si, pero lo dejé ni bien apareció tangencialmente la idea de El Guacho. Se me ocurrió en función de que apareció el libro Orgullo y prejuicio zombie, que es la reescritura del clásico decimonónico de Jane Austen con zombies. En el laburo, con un compañero pensé que podía pensarse algo en el ambiente local y se me ocurrió eso pero Don Segundo Sombra me pareció un libro aburrido. Digamos que narrativamente no lo supe resolver. Ahora surgió hacerlo en cómics con el dibujante Iñaki Echeverria (Sátira/12). Admiro profundamente su trabajo. Sus dibujos son muy expresivos, tienen mucho humor. Funcionamos muy bien como equipo.
¿Qué es lo que más te atrae de la temática zombie?
Me copa que siempre son un comentario político. Si no hay trabajo formal en el medio no me interesa. Sí me gusta, por ejemplo, un comentario sobre el capitalismo tardío en Dawn of the Dead de George Romero que lo hace en el Shopping. Eso es un buen comentario, no escribir una epopeya del pobre. Me aburre el atonalismo en todas sus formas. Me encanta Kurt Vonnegut. Él fue partícipe del bombardeo en la Segunda Guerra Mundial y escribió sobre eso en un libro de ciencia ficción. O Art Spiegelman que cuenta la historia del viejo en los hornos de Auschwitz y no te lo cuenta lineal sino como historieta: los judíos son ratoncitos y los nazis son gatos. Es genial. A mí me interesa cuando hay trabajo, cuando la bardean. Me gusta el encuentro entre géneros populares con temas supuestamente más sobrios, cultos. Me gusta el acercamiento de las clases altas con lo popular como hizo Borges con el género policial. Cuando Borges se pone a escribir, el género era lo mas grasa del mercado. Soy altamente borgeano, como lector, obvio. Lo admiro y aprendí muchísimo de él y me lo voy a tatuar (risas).
¿A qué le decís Ni a Palos?
Te voy a responder literariamente. Ni a palos a la especulación. Escribir en función de… ya sea una idea que querés perseguir o de las cosas que te gustan. No especular. Hacé lo que te interese. Hace un año ni se me ocurría que esto era posible. La onda es esa, huir hacia delante. No quiero hacer carrera de poeta.