La historia de una niña, que ella misma cuenta a medida que transcurren su infancia y su adolescencia, deja entrever lo que escapa a los límites de la novela de iniciación. La máquina de proyectar sueños. Fábula autobiográfica es y no es un Bildungsroman ambientado en el barrio de Belgrano. Las razones que la definirían como tal las brinda el argumento: una chica que vive con sus padres y sus dos hermanas en una casona porteña rodeada por un jardín salvaje empieza, de a poco, a descubrir "el borde del fin de la representación". Allí la novela de aprendizaje hace un pliegue. A los trece años, Poe mediante, todo cambia para ella: "Si antes era la niña frágil, de golpe me veo como la niña reptil, acorazada con escamas". La coraza será útil más adelante. Por otro lado, ¿iniciación a qué? A los condicionamientos sociales, a las diferencias de clase, a la multiplicación de deseos, a la risa del lenguaje con ella como una Scherezade en miniatura que pretende ahuyentar los sueños. Pero también La máquina., como insinúa la protagonista, es una construcción narrativa, un artefacto de ficción escrito bajo la urgencia de un exorcismo: "Arrastrada, succionada por el muerto, quedé muerta, después resucito y ahí. ¡zombi!, como quedan todos los que tienen alguien que aman muerto". Contar la historia del hechizo quizá pueda salvarla.
Entre líneas, Szperling crea un relato espectral en un entorno familiar y social de decadencia física, sentimental y política. Por celos, la madre le puede parecer a la protagonista una criatura falsa (aunque también, con el delantal médico puesto, una mujer fascinante); como castigo, el espíritu de una niña deambula y la acosa mientras ella, burguesa insolada, se recupera a oscuras. Incluso el amado padre, mientras duerme, es "un fantasma empetrolado que se agenció el cuerpo de Padre pero sin cara y creo que sin manos también". Locuaz, la narradora confiesa que le gustan las fotos y los dibujos "que muestran realidad y sueños en un mismo plano". Ese plano es el de la novela.
A medias antiedípica, la fábula necesita una protagonista parcial, con contornos que se completan gracias al elenco de amigos y novios: "¡Somos como espejos que nos refractamos!". Respecto del grupo familiar es más bien una proustiana redomada: "Quiero vivir en el Departamento que no sufre. Que no es como Nuestra Gran Casa con toda su teatralidad de conflictos Chejov y Tres hermanas". Vivaz, estimulante y revirada, la escritura de Szperling ejercita poderes de médium no para resucitar un pasado muerto y enterrado sino para proyectar de nuevo vida a la vida de una narradora atribulada, para quien la realidad se asemeja a una coreografía repetida, a un simulacro o a un limbo donde los autómatas sueñan.