Muchas de las músicas de hoy expresan compromiso con sus realidades, ya sea por la tradición cultural, las circunstancias políticas o el feminismo. Es muy distinto respecto de lo que fue la performance de chicas del rock de los ‘80 o ‘90. ¿Cómo ves ese cambio?
–Algunas de las mujeres del rock de los 80, 90, están más anoticiadas hoy en día o hicieron una especie de recapitulación sobre lo que es la participación histórica de las mujeres en el rock nacional, pero fueron satelitales a estos ídolos y se conformaron con ese lugar y hasta se sintieron agradecidas de ser las coristas de, las chicas de, las musas, las groupis. El folklore, en cambio, siempre tuvo un lugar mucho más noble para las mujeres y más respetuoso, pero tuvieron que ser despojadas de su sexualidad porque el mayor problema es el goce de la mujer arriba del escenario. Dentro del ámbito del rock que está más vinculado al roce, al frenesí, al bienestar, al aquí y ahora, las mujeres tuvieron un lugar más accesorio. Y creo que la novedad de poder ser parte de eso, aunque sea del lugar de actriz de reparto, conformó a estas músicas. Yo no las puedo cuestionar. Algunas de ellas, otras no, recapacitaron sobre las situación de las mujeres. Yo me crié yendo a ver bandas como She devils, mujeres que se rodeaban de varones con mucha noción de género, muy compañeros. Se cuestionaba el género, la cultura queer, el comer carne, las cosas que recién ahora se están empezando a hablar.
¿En vos interviene esa conciencia a la hora de escribir la letra de una canción?
–A mí me cuesta hacer canciones que hablen directamente de esta problemática que se va reinterpretando día a día, mes a mes, porque suceden cosas a mucha velocidad. Me quedaría corta rápidamente. Es muy difícil hablar de algo puntual y generar un discurso universal, todas mis canciones están atravesadas por la realidad de ser mujer, algunas más explícitas que otras, como Camisa roja.
Está inspirada en un cuento de Cecilia Szperling, ¿verdad?
–Sí. Cuando lo leí me trajo recuerdos de mi infancia: pelearme con varones por meterme en lugares como una cancha de fútbol y sacarme la remera y provocar un escozor porque eso no se debía hacer. Y era un cuerpo que todavía no estaba dividido. Y yo peleaba con los chicos porque estábamos en igualdad de condiciones físicas. Y al día de hoy sigo teniendo esa sensación, de que no hay una supremacía en el cuerpo a cuerpo. Es una ilusión personal, porque si fuese así no habría tantos casos de violaciones. De todos modos, hay una construcción del miedo, de hacernos sentir que no podemos combatir con ellos. Tampoco están nunca solos ellos, vienen a atacarte con un aparato de terror entonces se te viene encima y una se paraliza. Nunca me pasó estar en un caso de violencia pero sí de robo y terminar enmarañada con el ladrón luchando cuerpo a cuerpo. ¿Qué acabo de hacer? ¿Por qué no le di la cartera?, me pregunté. Pero en el momento se me pone todo rojo, no lo cuestiono.