Una de las pocas historias que no exigen presentación alguna, un argumento que forma parte del imaginario colectivo, un drama que se repite incansablemente hasta nuestros tiempos y una traducción contemporánea que renueva los votos y la vigencia de un clásico inoxidable.
Como típica obra del barroco, donde todas las clases sociales se entrelazaban en el teatro, en Romeo y Julieta se mezclan lo cómico y lo trágico, lo bajo y lo alto, lo procaz y lo refinado. En una misma escena se puede pasar de los chistes de bajo tono de los criados de los Capuleto a la delicada lírica petrarquesca de Romeo.
La traducción del aclamado escritor Carlos Gamerro no solo encuentra un estilo o un tono rioplatense –como ya lo hizo con Hamlet y El mercader de Venecia, publicados por interZona-, sino que mantiene intactos los vasos comunicantes que permiten pasar con fluidez del vodevil al teatro serio, del lenguaje sofisticado del Colón a los cánticos de cancha, renovando el valor de una de las historias más representadas y dejando en evidencia que siempre es un buen momento para leer a William Shakespeare.
William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, Inglaterra, en 1564 y falleció en 1616. Actor, poeta y dramaturgo, fue autor de una célebre colección de sonetos, dos poemas dramáticos y cerca de cuarenta obras teatrales, incluyendo comedias, tragedias, dramas históricos y los romances de su última etapa. Con Hamlet (1600) se inicia el período de sus grandes tragedias, que continuará en Otelo, Rey Lear y Macbeth. Sería difícil, y ocioso, tratar de resumir en pocas líneas la influencia e importancia de su autor. Alejandro Dumas padre dijo sin exagerar “Después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado”. Y Jorge Luis Borges, en Everything and Nothing, dice de él: “Nadie fue tantos hombres como aquel hombre”.