Hace rato que Juan Diego Incardona (1971) salió de Villa Celina. Pero su universo literario se quedó allá, en las calles suburbanas. La prueba está en Rock barrial, un libro de cuentos y poemas que sigue la línea de sus trabajos anteriores (Objetos maravillosos, Villa Celina y El campito). Y que tendrá, según dice su autor, un epílogo “fantástico” con su próxima novela, Las estrellas federales, “un texto futurista y apocalíptico animado por mutantes y fantasmas en el conurbano”. Llega el fin de la saga matancera para Incardona. Habrá otros que tomen la posta. Pero ahora, mientras piensa un nuevo foco para sus historias, sentado en uno de los pocos bares literarios que quedaron en Corrientes y Callao, vuelve a desandar calles, esquinas y encuentros con amigos de aquél escenario castigado como pocos, el Gran Buenos Aires de los 90. Dejó de vender anillos en las plazas Incardona, pero está claro que no vive de sus libros, (apenas cobró dos mil pesos desde que empezó a publicar). Siempre autobiográfico, en esta entrevista cuenta sus últimos pasos, y asume los cruces de guitarras, armónicas y canciones callejeras como parte del universo que eligió para su prosa. De allí que unas veces construya sus historias con textos llanos y que en otras apueste a los ritmos, y se entregue a una alucinación a la que subordina el argumento. “A veces la música se impone sobre el texto. Como en La Naranja mecánica o Festín desnudo, que trabajan mucho con jergas y ritmos”, compara Incardona. Y deja su sello: “Esta sería la versión matancera de esos ritmos”.
El rock barrial tiene una historia, un reconocimiento palpable en bandas famosas. Algo que difícilmente ocurra en esos términos con la literatura del conurbano, de la que sos un exponente. En Rock barrial cruzás estos dos registros, ¿por qué la elección?
Desde que empecé, con Villa Celina (su primer libro), sentí que caminaba una tierra que no era muy visitada. No hay mucha literatura sobre el conurbano bonaerense. Incluso, si nos remontamos a nuestra tradición, todo lo que aparece de la periferia generalmente es fruto de una excursión, de un viaje del tipo que vive en el centro y se desplaza hacia los márgenes. Yo planteo relatos de comunidad, cuento las historias desde ese lugar. Con respecto al rock, la geografía es un espacio virgen de representaciones literarias, sobre todo porque el fenómeno no tiene más de 20 años, y está ligado a mi experiencia de vida y a toda esta saga que voy escribiendo con un obvio componente autobiográfico. Era algo que quería contar, toda esa cultura que arranca en los 90, donde empieza a explotar la cultura de la esquina como lugar de reunión y los pibes empiezan a zapar, tocando primero a Pappo o Charly hasta animarse a los temas propios. Con el rock barrial nace una vertiente obrera dentro del rock nacional, que siempre fue más de clase media. Y nace una expresión que tiene que ver con la calle, que no se hace puertas adentro, en una casa o sala de ensayo, esto empieza en la vereda.
El rock barrial trascendió las fronteras del conurbano, pegando en grupos sociales muy distintos. ¿Pensás en eso cuando escribís?
-Desde el comienzo de esta serie, tuve conciencia de que quería circular por un circuito distinto al de los lectores de literatura. Quería que me leyera gente común. Si escribo un libro que se llama Villa Celina, que lean en Villa Celina, o en barrios como Villa Celina. Y eso está pasando. Con mi mamá, que fue maestra, nos ocupamos de llevar los libros a los colegios, y hoy se leen cuentos de Villa Celina en muchas de esas escuelas. Pero recién empiezo, y es un camino largo el que lleva a la circulación de tus textos. Nada es inmediato. Puede quedar en la nada, o finalmente prender. Yo escribo por vocación, el tema de los lectores es azaroso.
Sos un escritor joven, que viene del conurbano y, sin embargo, ya tus primeras publicaciones salen en editoriales grandes, multinacionales, ¿cómo lo hiciste?
Trabajaba para la revista El interpretador y ese fue un modo de ingresar al campo literario, de que me conozcan. Además tenía un blog, y eso me facilitó el contacto con editores y conocer gente del mundillo. Y después, hay algo en el tema, que es bastante novedoso. Se pueden contar con los dedos de la mano los autores que escriben sobre el conurbano. No son muchos los libros que tematizan la vida dentro del conurbano, y eso pudo haber interesado. De cualquier manera, mi búsqueda estética no empezó ahí, arranqué con una serie de cuentos de la que hoy reniego, eran muy rebuscados, más borgeanos, exóticos. Hasta que mi experiencia de vida y escritura se cruzaron de un modo más fuerte, pero lo que vino después con la circulación de estos textos, escapó a mi voluntad. Lo de Villa Celina me sorprendió.
En los últimos años, el rock barrial, por la fragmentación misma o porque ha dejado de ser novedad, empezó a repetirse un poco, a competir con la cumbia, por ejemplo, y a perder algo de esas audiencias. ¿Qué pasa con los temas de tu literatura barrial? ¿Se agotan también?
No creo que lo que vos mencionas esté relacionado con un agotamiento de la creatividad, al contrario. Las bandas que llegan, son una mínima parte de un sinfín de bandas. Y entre esas hubo muchas que eran mejores que las más conocidas. Puede tener que ver con el mercado en sí mismo, más allá de las creatividades.
¿Pensás que la posibilidad de reciclaje, la creativa, sigue intacta después de gastar tantos temas?
Puede transformarse. Puede cambiar la herramienta. O el género. Pero sigue habiendo muchas bandas de rock. Quizás otros lo plasman en la cumbia, o en otros géneros populares. Pero mi libro tematiza una época donde la cumbia todavía no estaba difundida y el rock era más fuerte.
¿Y a vos qué te pasa con el género por el cual optaste? Venís exprimiendo tu historia barrial a través de cuatro libros y te siguen saliendo temas, ¿vas a seguir en esta línea?
Mi idea es cerrar la saga matancera con mi último libro, Las estrellas federales. Pero creo que en ninguno me repito. Tenía material suficiente como para contar todas estas historias, y utilicé registros distintos, argumentos muy diferentes y géneros opuestos. Algunos son realistas, otros van hacia lo fantástico. Pero ahora necesito dar un giro. Probablemente continúe trabajando sobre la materia del género popular o del mundo del trabajo, que es algo que me interesa. Y todo lo que no tenga literatura atrás, que no venga con una historia literaria. Como el rock barrial, que despierta tantos prejuicios, y que para mí es un diamante. Me escapo de los temas qua ya son literarios.
Aunque sos un tipo de letras, Rock barrial no tiene referencias literarias palpables, más allá de algunos guiños a Borges…
Quizá no tanto en Rock barrial, pero El campito está lleno de referencias literarias. Marechal, Erdosain, el personaje de Arlt en Los siete locos. En Las estrellas federales aparecen personajes de El eternauta, y en Rock barrial hay una cita a Borges. Invierto Sur en clave futbolera. Pero busco referencias literarias porque me gusta que esta historia exceda los límites de la General Paz y la Ricchieri. Quiero que mis libros se inscriban en una tradición literaria latinoamericana. Siempre están los personajes barriales atravesados por un marco político y algunas referencias literarias a Marechal, Arlt y Oesterheld, en incluso con Rulfo, que es un autor que me gusta mucho. Y mirando afuera hay mucho de Mark Twain, Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Ambientado en lo peor de la crisis, Rock barrial muestra la tragedia de la desindustrialización, ¿cómo ves ese panorama ahora?
Todos mis libros están ambientados en la crisis de los 90, cuando la desocupación era terrible. En 2001, caminar el conurbano era caminar por el cementerio, con todas las fábricas. Y el rock barrial, en parte, es un fenómeno de resistencia a esta situación. Hubo una marginalización acelerada. En los últimos años llegó la reactivación, pero todavía falta para solucionar esta pobreza, que es de larga data.